jueves, 22 de octubre de 2009

LA NOCHE DE LAS DOCE - JULIAN CHAPPA




El reloj marca las doce. Un silencio cruel se apodera del pedazo de noche en el que estoy inmerso. Un silencio visual en el que las palabras faltan, porque sobran. Desde que duermo de día y sueño de noche las ideas que tengo del mundo y de la vida han dado un giro importante, un giro que ha hecho que mis estanterías se tambaleen, se desacomoden, me incomoden.

Cada vez que la noche empieza a crecer sobre las cenizas del día, empiezo a ponerme nervioso, sobre todo a partir de las diez de la noche, cuando las dos agujas empiezan a acercarse y a estrangular esas dos horas en las que van carcomiendo minuto a minuto el tiempo que le queda al presente para pasar al mañana, al día de mañana, al futuro que parece tan lejano y está a una vuelta de aguja.

Las once y las rectas siguen confabulándose para estar juntas, sólo me queda un rato para el momento que anhelo, ese instante en el que ambas flechas de metal se superponen y forman una recta que apunta hacia ese «12» perfecto, mientras de fondo suenan las certezas de mi duda, que insiste en extenderse un día más, que insiste en convertirse en parte de mi reloj biológico, que sabe lo que su presencia produce en mis entrañas.

Las dudas me clavan sus agujas, epidérmicas en apariencia, profundísimas en realidad. Nunca he podido sondear hasta dónde llegan, pero creo que es algo inconsciente para no saber hasta dónde se hunden en mí, hasta dónde me usan como un nido caliente para crecer y reproducirse.

Esta noche es algo nuevo que no podría bautizar más que con lo innombrable, con los poros de la razón que se dilatan y dejan que se cuele un vestigio de certeza, perdido en las llanuras de la ignorancia universal. Una llanura llena de jinetes sin rumbo, una llenura vacía, un camino errante que zigzaguea entre los agujeros negros pensando que la luz es la salida.

El reloj me marca las 12 y me apunta al pecho, me apuntala la mampostería de todo lo que no he aprendido, de todo lo que no he sabido desmenuzar antes de la hora bendita, de todo lo que me queda pendiente en el crisol de razas que conformo y me conforma pero no me confirma nada.

Un reloj de arena marca que el tiempo se acaba, que ya se ha formado un desierto de una hora y que ya no son las doce, que ya mis dunas son más grandes, que tiene que ser un oasis ese espejismo...


Julián Chappa

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