lunes, 22 de febrero de 2010

UN BREVE ENSAYO SOBRE LA SOLEDAD

Foto by Juan Pomponio


Si en este preciso momento se borrasen todas las escrituras de la faz de la tierra, incluso estas palabras que escribo, ¿hacia dónde encaminaríamos nuestros pasos? ¿Cómo veríamos la realidad? ¿Quién tiene la verdad? Si no existiese un solo guía espiritual, ni salvadores religiosos, psicólogos, psiquiatras y demás especialistas abocados a sanar los artificios de la mente ¿qué haríamos? Inexistencia. No recurro a nadie para escribir, busco las formas desde un cerebro vacío que no contenga absolutamente nada, ni un solo resquicio, fragmentos de otras mentes que puedan influenciar sobre la pregunta esencial de los tiempos. Me encuentro SOLO. Y desde esa profunda soledad emanan pensamientos, vibraciones racionales convertidas en letras que se unen para armar palabras y luego juegos de frases que se trasformarán en un mensaje que llegará a tantos cerebros que a su vez englobarán y pondrán en funcionamiento los códigos necesarios para descifrar dichos símbolos.


Gran parte de la humanidad está incapacitada para vivir en soledad, muchos dependen de otros porque resulta más fácil repetir viejos vocablos y aferrarse. Cuesta indagar por uno mismo, no queremos trabajar interiormente. La soledad abruma, aplasta y no sabemos cómo hacer para vivir.
Pero ¿qué es la soledad? La respuesta está en cada uno de ustedes. ¿Por qué no pueden permanecer solos? Hombres y mujeres huyen de la temible soledad. Ese miedo que provoca pronunciarla nos lleva a la desesperación y es en ese instante cuando tendríamos que aprender a mantener una verdadera amistad con la soledad, relacionarnos con ella. Hay una carencia espiritual muy grande en nuestro centro, poblado de añoranzas, instalado en el ayer. Nunca nos sentiremos abandonados si en nosotros existe lo otro, aquello que nos brinda el bienestar del alma.


Los bienes materiales no sirven más que para acumularlos y jamás podrán llenar el enorme vacío incubado por carencias. La sociedad entera se encuentra inmersa en un frenesí alocado de satisfacciones personales, donde prima el consumismo atroz y desmedido que nos lleva a la depredación. El hombre es un ser auto-depredador. La soledad asusta, es un fantasma vivo reflejado en el espejo cotidiano y por eso deseamos negar la imagen que nos devuelve en compañía de otros, andar como si fuésemos manadas, todos enfilados hacia un mismo lugar. Millones y millones de personas creen estar acompañadas aún cuando recorren los grandes centros comerciales. Nos vamos de vacaciones a idénticos lugares, apiñados, por no querer estar solos. En el fondo sentimos miedo.

Cuando comprendamos el verdadero valor de vernos a nosotros mismos tal cual somos, sin ataduras mentales, tampoco espirituales, allí se revelará la cuestión central de todo nuestro dolor. Al no contemplar la realidad de lo que nos afecta siempre estamos escapando de lo que nos pasa. Huir es más fácil a tener que enfrentarnos ante un hecho concreto. Muere un ser querido y no estamos preparados para convivir con su ausencia. La sociedad no nos enseña a desprendernos, nos educan para ser prácticos, eficaces y generar ganancias materiales. Por eso reina tanta tristeza a nuestro alrededor, no sabemos cómo vivir ni de qué manera afrontar la propia soledad. Escapamos constantemente, nos evadimos en distracciones por no querer estar solos, reconociendo las voces que albergan nuestra esencia.
Para la sociedad occidental la muerte es un espanto, sin embargo es una forma de aprendizaje reveladora que nos hace disfrutar al máximo de la vida. La persona que queda comienza a sufrir intensamente el martirio de su soledad, el dolor ocasionado por la pérdida destroza su capacidad de discernir, no puede asimilar, no entiende el desapego. En realidad no podemos estar apegados a nada ni a nadie, incluso yo mismo puedo dejar de escribir y morir ahora. Por eso no tendría que ser una sorpresa la muerte de nadie, nos sorprendemos porque no nos han preparado y la mayor soledad es la de quien se queda solo.
La soledad destruye o fortalece, es uno quien decide el camino a seguir. Yo elijo ahondar, fortalecerme y aprender a quedarme junto a ella, introducirme en su maravillosa experiencia y poder descubrir estas palabras que dejo aquí.

Juan Pomponio ©2010