sábado, 8 de noviembre de 2008

UN DÍA EN CALAMAR



El río Magdalena arrastra su caudal de antiguas leyendas, forjando pueblos en sus orillas. Avanza, exhala su fragancia de aguas indómitas donde los niños juegan y se refrescan apaciguando el calor.
La tarde trae un leve rumor de pájaros mientras los leños acarician una olla renegrida. La brisa del río nos alcanza el aroma de la tierra mojada por un leve aguacero. Se levantan las bestias invisibles de la floresta. Un ángel recorre el cielo.
Calamar es un pueblo detenido en el tiempo. Palpita su vida recostado sobre las orillas del legendario Magdalena, aquél que inmortalizara Gabriel García Márquez en sus novelas. Por un instante veo un buque transportando el amor de Florentino y Fermina, navegando la eternidad desde la profundidad de los tiempos.
Siento y comprendo la esencia del realismo mágico, las casonas antiguas, erguidas por inmigrantes que llegaban con buques a vapor. Veo las esquinas llenas de colores donde la gente vende sus mercancías. Un hombre portando un bulto de cebollines sobre su espalda viene caminando, el sol atraviesa la calle, deja un sello candente.
Las morenas contornean sus curvas sensuales, sonríen llenas de luz, un abuelo sentado en la puerta de la casa rasca su cabeza, las puertas abiertas demuestran la tranquilidad de sus moradores, algunos hombres juegan dominó al compás de un vallenato. Varias botellas de cerveza brillan doradas, mezcladas entre las fichas del juego.
Mi alma camina las calles de Calamar, un pueblo de río, cubierto de historias fantásticas, un anciano de mirada clara recita a Vargas Vila. Jairo y su guitarra emulan a los hermanos Visconti, trovadores de la tierra en donde nací. Todo es posible cuando caminamos la vida visitando lugares que parecen creados por la tinta de algún otro que yo no fui.

Juan Pomponio 2008

lunes, 3 de noviembre de 2008

De la Mujer Maravilla y Gatúbela En la memoria vertiginosa de un infante


Winston Morales Chavarro


Los jóvenes de los setenta crecimos rodeados de música. Era la época del rock and Roll, la década de The Beatles, The Rolling Stone y Sex Pistols. La edad de oro de la revolución musical, el apoderamiento de la radio como medio masivo de comunicación. Nuestros padres hablaban de la mini falda, de la aparición de la pastilla anticonceptiva, de hacer el amor y no la guerra. Las secuelas de mayo del 68 y de Woodstock, uno de los festivales de Rock más importantes de la historia, comenzaban a resquebrajar los viejos paradigmas del positivismo, de la razón pura, de la crítica social y del conservadorismo nacional. Las radios nacionales comenzaban a modificar su parrilla musical: de los porros, las cumbias, los pasillos a la música ecléctica; de la música ecléctica al rock en inglés; del rock anglosajón al rock cantado en español, con fuertes tendencias euro-norteamericanas, imitando directrices, ritmos y giros musicales muy propios de los Estados Unidos: sonaban los Gatos, de Argentina, con una fuerte influencia de The Doors, para enumerar solo un caso. La televisión, por lo menos para nosotros, infantes de los 70’s y 80’s, no poseía la vitalidad con la que se reviste por estos días. La programación televisiva se reducía –y es algo que se conserva hasta hace poco- a los canales 1 y 2, que comenzaban sus programaciones después de medio día. Era una programación conservadora, de mucha prevención moral. Programas como el Show de Benny Hill, para ejemplificar el asunto, lo transmitían luego de las once de la noche, sin dudas porque atentaba contra la tradición católica del país. Lo mismo sucedía con ciertas series, programadas para los fines de semana, en donde las escenas concupiscentes –casi siempre- eran opacadas por la emisión de comerciales. Hablo de Baretta, la historia de un policía del departamento policíaco de Nueva York; Kojak, otro policía de Nueva York; El hombre Nuclear, el primer hombre con prótesis biónicas; Hawai 5-0, una de las series policíacas de mayorduración en la historia de la televisión norteamericana, todas estás, emitidas a mediados de los setenta y comienzos de los 80’s, cuando nuestra sexualidad era definida no por las cátedras de sexo, ni por el acompañamiento de sicólogos, ni por la orientación de nuestros padres, sino por las muchachas semidesnudas que seducían a Tony Baretta, o a Erik Estrada y Larry Wilcox, protagonistas de Chip’s, patrulla motorizada. La televisión, sin duda, ejerce una influencia enorme en la construcción de identidades –sean evanescentes o no-, en la desterritorialización –consciente o no-, en la construcción o definición de ciertos imaginarios individuales como nuestra impresión del amor, la muerte, la violencia, lo femenino. Y cuando hablo de lo femenino, quiero referirme a un caso concreto que me sedujo desde que era bien chico: La Mujer Maravilla. Inspirada en la figura mítica de Diana, la diosa de la caza, la Mujer Maravilla hace su aparición en la televisión colombiana a finales de la década de los 70’s., al lado de otras mujeres tan significativas como Jaime Sommers (la mujer biónica), interpretada por la actriz Lindsay Wagner, o Lois Lane, novia de Superman. Muchos años después vendría Michelle Pfeiffer, Gatúbela, en Batman Returns, película del año 1992. Ninguna como Lynda Carter (nombre de pila de la Mujer Maravilla), aunque una década después, ya más afianzado en mis lances eróticos, Kim Cattrall, (cuyo nombre auténtico es Clare Woodgate), Lassie en Porky’s, despertaría, a través del cine, lo que ya otras mujeres habían provocado en la televisión. Este tipo de televisión, ese nuevo cine comercial (en esa época no sabía de cine alternativo), marcaron nuestra visión del mundo. A esto debemos añadir la relevancia de Radio Tequendama, por donde nos llega el rock; Oro Sólido, con la conducción de Lina Botero; Hoy es viernes, con un joven Hernán Orjuela, y A Toda Música, con César Ramírez. Oro Sólido nos trae la música del mundo (casi de manera paralela a Panorama y a 88.9). Allí tenemos noticias de The Police, Billie Joel, Prince, Men at work, Culture Club, Diana Ross, Tina Turner, Michael Jackson, Queen, Def Leppard, Pink Floyd, Lionel Richie, entre otros. Todos estos programas, todas estas tendencias contemporáneas, nos hacían pensar que allí estaba el progreso y que para acceder a la modernidad debíamos asumir unas posturas verticales sobre moda, música, vocabulario e imaginarios. Entonces tomaban fuerzas el Breakdance, el rock en inglés (todavía no sonaba en español con tanta fuerza), el rap (con intepretes como Public Enemy, L.L. Cool G, Kool G Rap & D.J Polo, Run D.M.C, Big Daddy Kene, etc.). Esta variedad musical elevaría un ímpetu inusitado en nuestra noción de identidad, pues comenzábamos a formarnos como ciudadanos heterogéneos, antes de que Néstor García Canclini nos hablara de las culturas híbridas, y Antonio Cornejo Polar o Víctor Vich de la heterogeneidad cultural.