domingo, 27 de diciembre de 2009

CONTRA SEÑAS




Ando germinando, a pie. Estoy metido en la tierra, estoy acá en la Tierra, enterrado de cuerpo entero. Me entero de que las plantas crecen para arriba y para abajo, pero también para los costados, paradas. Y pienso en nosotros, que todavía no aprendimos a crecer ni para adentro. Ando a pie hasta que llego al andén de un tren bajo tierra. Desde ahí deberían verse las raíces del mundo exterior, pero sin embargo hay demasiados gajos de realidad que se interponen entre mi discernimiento y ellas. Corro, camino en cámara rápida para alcanzar el subte, pero lo pierdo por escasos centímetros. Tendré que caminar kilómetros de árido cemento hasta la próxima estación. Camino en línea recta y voy tratando de unir puntos de vista, pero no logro que lleguen a ser una línea de pensamiento, no logro cohesionarlos para explicar este túnel que soy, con luz pero oscuro, oscuro en busca de lucidez, con extraños ruidos enraizados que se niegan a mis preguntas. Y canto sin poder evitarlo, coreando himnos de pregunta que me acribillan las paredes y me agujerean la piel, cada poro es un agujero (negro) que me interroga, cada poro es un pero, cada pero se transforma en un ojo miope que mira para mis adentros, intentando descifrar algún garabato de las hojas verdes inmaduras que me forman.

Cercado. Tengo cercado el enigma, pero es que los enigmas no son como los ejércitos, lo tengo cercado en pocos metros cuadrados, pero no puedo achicar el cerco, sino que el cerco me agranda los límites de la duda, me acerca hacia su negrura, me pide que lo devele, se burla de mi impotencia. Y entiendo que el cercado soy yo. Entre los «peros» espero desenraizarme, volar sobre ellos.

¿Pero es una carencia electiva esto de vivir invadido? ¿O es selectiva? ¿Elección o selección? Parecen sinónimos, sinonimia parcial, pero yo no la elegí a la duda, sino que ella me seleccionó para anidar en mí. Y lo que no sé es hasta qué punto ha penetrado en mis territorios en guerra, si ha logrado corroer mis líneas de conducta.

¿En qué punto estábamos? Ya no encuentro el punto de partida, por eso quiero lograr formar una recta, más fácil de encontrar, como si fuese la recta del horizonte, que sirve de guía para nuestros ojos y nuestra orientación. El túnel no me permite ver el punto de llegada, el punto final, pero desfilan por el andén signos de interrogación, alguno pocos de admiración, pero sobre todo infinidad de oraciones que no ayudan al ateísmo cognoscitivo que obstruye estos poros.

Pero, a diferencia de la superficie de la Tierra, el universo no parece tener arriba y abajo, día o noche, mis semiverdades culturales se esparcen en un océano demasiado grande, y algo que se esparce en el infinito más que esparcirse se pierde. Somos un ínfimo dialecto en el idioma del universo, sistema de signos inconcluso que día a día suma caracteres.

Empiezo a pensar que este mestizaje de verdad y mentira que somos no tiene cabida en el universo, donde existen la verdad y la nada, una verdad que no admite sino el estado puro (la creación y una explicación implícita, vedada a nosotros, incapaces de decodificarla más que a nuestra manera: semiverdadera, incompleta).

Entonces no hay más remedio que la invención, en pos de construir el pedazo de verdad que somos incapaces de traducir, y así amalgamamos la porción que traducimos del universo y ese lenguaje inventado. Las sumamos y da una sustancia elástica, inabarcable, heterogénea, aunque nosotros la veamos uniforme, y le damos un nombre genérico que englobe ese pedazo de verdad y ese otro de invento, y lo llamamos «cultura», «civilización» y hasta «progreso». En el podio más alto ponemos al inventor de esa mentira, como si fuese el descubridor de la verdad, pero el problema mayor radica en que son pocos los que saben que no somos inventores ni descubridores, sino artistas, actores que fingen saber el papel que representan, pero que a fuerza de actuar han aprendido a improvisar, a decir «yo» y convencerse de que saben de lo que hablan...

Al menos quiero delimitar mi yo. Quiero intentar el ejercicio de despegar, descomponer la amalgama, de ver qué queda si nos sacamos la invención. Y sospecho que no podemos, porque sin la invención quedaría sólo la pureza, esa verdad que tiene el germen de sí misma pero que no se fusiona con nosotros, sólo se mezcla de modo imperfecto. Tal vez nuestra incapacidad no sea nuestra culpa, sino simplemente una muestra de la corta autonomía que sólo nos permite tener puntos de vista, sin ver la recta o la línea, sin ver hacia donde se alinean esos puntos.

Un ruido lejano y un levísimo temblor me hacen despertar a la realidad, a lo que pasa, o como prefieran llamarle. Y lo que pasa es el subte, sobre los rieles del tiempo, férreos, implacables. Por eso esta vez intento no perderlo, y lo logro. Me atraviesa una sensación, o tal vez sea un deseo: haber ganado al menos algún milímetro en esta lucha contra la respuesta que me espera al final del túnel, esa estación que todavía no se construyó y pretendo inaugurar algún día.

Julián Chappa