lunes, 28 de noviembre de 2011

LA PRIMERA de Marta Rivera Ferner (Ilustración Alberto Urcaray)

                                                                          



Primero fue el color rojo.
Nació de un lento atardecer del verano, en el preciso momento en que las flores callan sus murmullos y el cielo se torna indeciso.
Estuvo solo mucho tiempo, meciéndose en las palabras del fuego, durmiendo en las corolas de las  peonias silvestres, resbalando por los labios húmedos de una muchacha.
Luego, un día, cuando el campo enderezaba sus pastos después de una tormenta estival, apareció el azul… danzando sobre las aguas quebradizas de los arroyos y ríos, sumergiéndose en las pupilas asombradas de los niños  y poniéndole un techo infinito al mundo.
El azul habló con el rojo. Tenían mucho en común. Ambos odiaban el gris, los días de invierno, las rachas de viento frío, las esquirlas de hielo entre los dedos.
Amaban la libertad, ¡oh, sí! la libertad por sobre todo y los días soleados del verano, la humedad incierta de los bosques, el rumor del agua entre las peñas, los jardines ahítos de flores.
Una tarde, cuando conversaban en la punta de una rama tierna de abeto, vieron un resplandor que brotaba del suelo, semejante al oro… pero mucho menos solemne: era el amarillo, disgregado en miles de pequeños puntos que se extendían por el campo hasta perderse en el huidizo horizonte.
Los dos colores primeros lo invitaron a subir a su refugio para compartir la tarde que se iba.
El amarillo les contó que conocía a otros colores, pero que eran algo tímidos y se escondían adentro de un tintero anónimo.
La curiosidad se apoderó del rojo y del azul y quisieron conocerlos.
Así, llevados por el amarillo, conocedor del camino, partieron en busca del tintero escondido.
Al llegar, el amarillo golpeó en la oscuras paredes de vidrio, pero nadie contestó, sólo se oían leves, levísimos murmullos.
-         - No saldrán, tienen miedo - dijo.
-         - ¿Y si entráramos nosotros? – preguntó el rojo.
La propuesta fue aceptada y después de muchos esfuerzos quitaron el tapón, atisbaron en el interior… y allí estaban, acurrucados, temblando: el rosa, el malva, el aguamarina…
El azul, el rojo y el amarillo no dudaron ni un instante en deslizarse por el angosto gollete. Una vez adentro, se acercaron a ellos y les hablaron suavemente, para no atemorizarlos aún más.
Poco a poco, los indecisos colores se fueron tranquilizando y fueron invitados a salir de su cárcel, a volar en libertad.
-         ¿Cómo haremos? – preguntó el rosa – yo no sé volar.
-         - Unámonos – dijo el rojo – saldremos todos a la vez.
Y se aunaron en formas caprichosas, ondulantes e infinitas.
Cada uno puso su ingenio, cada uno buscó su lugar.
Nacieron, entonces, dos oscilantes alas y, luego, otras dos más pequeñas.
-      -  Necesitaremos un cuerpo – dijo el azul.
-      - Yo lo pondré – contestó, desde el rincón, una sombra.
-         Y la sombra fue el cuerpo y los colores sus alas y así, de aquel ignorado tintero nació al mundo, por vez primera, una bella, bellísima mariposa de nervioso vuelo.