jueves, 8 de octubre de 2009

"ADVERSUS" DE JULIÁN CHAPPA



Adversidad, adverso, adversus. Versus. Yo versus mi circunstancia, desafío y autodesafío. Mi estrategia es unirme a mi circunstancia y luchar juntos contra nuestro enemigo en común. La adversidad es el telón de fondo sobre el cual la vida nos prueba (o desaprueba), nos pone a prueba en momentos que parecen callejones sin salida, o al menos sin salida visible.

Circunstancias en las que muchos le piden clemencia la mundo, o a su Dios. Otros piensan que llegó el momento de sacar a relucir esa fuerza interior que poseen en sus profundidades, ese ingrediente muy necesario para soportar la "conciencia de precariedad" en la que se encuentran inmersos, ese pinchazo metafísico que merodea en los alrededores de nuestra mente, buscando el momento oportuno para violar nuestras defensas y hacernos mella.

Es entonces cuando resulta fundamental «encorsetarnos» para no perder de vista nuestro puerto de destino, para entender que es primordial conservar por todos los medios nuestra línea de flotación, ese mínimo horizonte de posibilidades que nos preserva. Es ahí donde hay que aprender a golpes la lección de ser rehenes de nosotros mismos, de saber maltratarnos en la medida justa para obligarnos a mejorar, hacernos dar cuenta que no podemos darnos el lujo de marearnos, aunque vivamos sobre una esfera que gira eternamente.

Estamos implicados en un complejo juego de mecanismos que escapan largamente a nuestro intelecto, que nos supera individual y colectivamente, en el tiempo y en el espacio. Y nadie escapa. Y nadie es capaz de librarse de esta libertad condicionada, aunque la de algunos parezca acondicionada por el tamiz de lo material.

Pero el espíritu poco entiende de eso, ese inexpugnable templo es eso: inexpugnable, impenetrable. Sólo nosotros podemos ingresar a él, pero ni siquiera nosotros mismos somos capaces de salir de él. El mundo desprecia el espíritu, el mundo le da la espalda al espíritu. El mundo se da la espalda a sí mismo (aunque nos mire de frente con sus luminosas brillantes luces).

¿Debemos deducir de ello que el mundo es una apariencia, que muestra pero que no demuestra, que la esencia y la verdad parecen alejarse de él a cada momento? Intenta explicarse a sí mismo, eso por lo que luchamos y buscamos en nosotros, eso que también luchamos para no conseguir como sociedad. Es contradictorio. Somos una contradicción (o millones). Este mundo quiere «no ser» porque se conforma con la apariencia, pero lo extraño es que es consciente de que lo que ve no es lo que siente, y se autoengaña.

Llega un día en que la mentira es la verdad a fuerza de persistencia de falsedades que cumplen funciones de verdad. Allí muere la razón, la batalla se torna desigual. Se pierde la más preciosa de las batallas: la de las ideas. ¿Nos negamos a conocer? Sí y no, aunque parece que el «no» ganará la partida. La apariencia gana terreno, la verdad se vuelve menos palpable, más abstracta. Pierde presencia en la cotidianeidad.

Sobreviene la enfermedad: la gente comienza a desconocer la verdad y hasta a despreciarla, ya que pierde la capacidad de reconocerla, aunque se tope con ella. El concepto de mentira monopoliza el campo de lo posible, empobreciendo nuestra capacidad de discernimiento. La esencia de las cosas se artificializa, se pierde el norte.

El hombre veraz, esa especie en extinción, comienza a ser mirado de reojo, a inspirar desconfianza, a sentirse cada día más solo (y hasta a dudar de sí). Y de su certeza de que duda. Porque a la verdad sólo se llega dudando, caminando entre arenas movedizas. El oxígeno de los demás se le hace irrespirable, la verdad pierde no sólo su entidad metafísica, sino hasta su capacidad de ser nombrada, su valor intrínseco.

El hombre moderno no cree más que en lo que es inteligible, nombrado, tocado, consumido, viciado... El sentido es el sinsentido. La superficie es la norma, y la norma es no mirar por detrás, ni por debajo. Dudar es pecar contra lo que el mundo ha institucionalizado.

El juego concluye castigando a la verdad, sancionando a los «complejizadores» de ésta empobrecida realidad, a quienes no miran el oleaje, sino las circunstancias que lo provocan. Pero esto no es provocar a la inteligencia, sino menospreciarla, castigarla como algo superfluo. El hombre que cuestiona ya no es imprescindible, porque lo imprescindible es ahora lo accesorio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

GUS TISSOCO:

Magnífica tu entrevista; está llena de hondura, fuerza y sinceridad.
Es muy hermoso esto que dices: "La poesía en el sentimiento, desde el compromiso con la PALABRA, grita, pone al descubierto lo que nos duele".
Saludos, Camilo