jueves, 30 de abril de 2009

JUAN CARLOS GALVÁN NOS DEJA UN RELATO




Esas, sus finas formas...

Verónica no pudo festejarse sus quince años como ella hubiera querido, por lo que fue hasta sus diez y ocho cuando, luego de trabajar, hacer alcancía y comprarse el vestido a su propio gusto, celebró. De haber resultado las cosas como ella soñaba, no sólo el baile se habría realizado en el mejor y más grande salón de la ciudad, sino también excelentes músicos le acompañarían con sus acordes durante los pasos del vals.
Un vestido rosado, como suele ser la ilusión, caballerescos pajes, damas no, para resaltar su belleza entre varones y sin comparación alguna de por medio. Manjares excelsos, acordes, compases, ritmos. Sí, los invitados especiales y seleccionados previamente para que no se mezcle la gentuza en ese su festejo que sería el mejor. Sí, cuan linda habría sido de esa forma si el maldito de su padre, desgraciado, no se hubiera largado con aquella mujerzuela un año antes de ella cumplir los quince.
Porque, ¿a quién más sino a su padre correspondía por derecho propio acompañarle al templo? Ser su paje principal, además de anfitrión, además de padrino de los gastos, claro está. No, ella no iba a pasar vergüenzas y quedarse con las ganas de organizar y pagar su fiesta, que a final de cuentas se haría a su antojo y con los invitados selectos como lo soñó desde los trece.
Tuvo que joderse, eso sí, a buscar primero y a soportar después empleo tras empleo, desde sirvienta en residencia clase mediera, hasta enamorada del licenciado mediocre, sin ambiciones, cuando sus deseos de superación le presentaron la oportunidad de medio manejar la máquina de escribir, a contestar coquetamente el teléfono. Ir de empleada de mostrador de farmacia, a despachar en tortillerías, a afanadora en el seguro social porque nunca llegó la plaza que le prometieron y tuvo que limitarse a los contratos eventuales.
La amable auxiliar del doctor, la que recibe recados para el ingeniero, la ayudante del contador que fue el primero en mostrarle los vericuetos de la evasión fiscal, de los cobros extra pro representación del cliente, del pago fantasma a Hacienda para sacra la comida del día. Verónica y el doctor que le hace proposiciones indecorosas y no pierde la oportunidad de rozarse con ella, a veces accidentalmente, las más con descaro en sus formas.
Fea no es, buen cuerpo lo tiene y es lo que gusta a los hombres, así que basta con mostrar un poco los encantos pero claro, sin caer en lo vulgar y mucho menos sin darles nada hasta hacerlos enloquecer, después serán ellos los que cedan y se entreguen. Verónica y el ingeniero que no pierde la oportunidad, lejos de llamarla, ser él quien acuda hasta su escritorio para atisbar por sobre el escote o hasta el límite de las faldas, esas sus finas formas.
Nada, soñadores todos, ilusos, haciendo grandes proyectos, amasando fortunas en la imaginación y que nunca se volvieron realidad. El contador, ese sí sacando provecho y dinero de aquí y de allá, no mucho pero sí el suficiente para el buen restaurante, el leidis bar, la cena en penumbras, con música suave. El beso subrepticio, la caricia tímida, aventurada apenas, respetuoso primero, anhelante después. Sí, por qué no. La vida ideal, la seguridad ante todo para no pensar, para no seguir pasando limitaciones. Una vida miserable pegada a alguien insoportable al poco tiempo, no, ni loca, nunca.
Y no, nada con el contador que sólo quería anticiparse sin nada en firme: “... que esos tus dos ojos, tu linda boca, tu largo pelo, tus labios carmesí...” Sí, seguramente esta pendeja ya cayó en sus conteos pues sólo para eso sirve. “Tus dos manos, tus dos pies, dos nalgas, dos senos...” Bonita me iba a ver yo con tres senos o las nalgas divididas en cuatro. El muy imbecil.
Yo merezco el príncipe más valiente si acaso lo hay sobre la faz de la tierra, al hombre perfecto, al ser soñado que venga hasta mí en un carruaje dorado, tirado por caballos blancos y que me estreche entre sus fuertes brazos, me proteja, me dé todo iniciando por su corazón. No cualquier tipejo será el que me tenga por una, no, dios no me castigue de esa forma, por muchas noches. ¡Que asco...!¿Cómo pensarlo? No lo soportaría.
Así que a seguir trabajando aquí y allá hasta reunir lo suficiente para la fiesta, que luego ya habrá oportunidad de esperar, de seguir esperando. Y si debo esperarlo toda la vida, así habrá de ser. Y bueno, ¿a quien le puede importar? Podría no ser un príncipe valiente ni llegar en carruaje ni los caballos blancos, y si no es el salón más lujoso y únicamente es un tejaván lo suficientemente amplio para un caso de lluvia, no importa. La música, pues un sonido basta, antes por el contrario van a comprender que yo solita, sí señor, yo solita con mi trabajo, con mis ahorros pagué todo esto.
¿Y el traje? Cómo se me podría ocurrir a mí, ¡por dios!, ¿yo con un traje rosado? ¡Pamplinas! ¡Que estupideces!, sólo a las niñas tontas, a las muchachas sin imaginación y soñadoras, un vestido rosa. Para mí uno blanco, blanco como una reina y con una larga enorme capa roja, de terciopelo rojo y los bordes blancos con eso que parece peluche, finito, y una corona, blanca o dorada y no importa si parece matrimonial o de los reyes magos, pero una corona.
Así, en un ritual con mis cuatro pajes, porque es más fácil conseguir dos o cuatro o quince y mucho menos diez y ocho caballeros y que uno de ellos –el más atractivo, por supuesto-, realice la coronación. ¡Ah! mi propia coronación, con música de fondo, suave, queda para que todos tengan que guardar silencio, atentos. Que tal “Balada para Adelina”, no es música fea y crea ambiente.
El pastel debe ser especial, lo mismo que todos esos detalles. En forma de escalinata puede ser perfecto para sugerir mi arribo a la vida como señorita que soy... Bueno, de eso más vale no hablar porque... ¡Ah diosito! Hasta escalofríos me dan recordar a aquel infeliz. Tuvo que largarse con mi mejor amiga, lo hacía tan sabroso el condenado. Ojalá que esa bruja se lo haya acabado, se lo merece. Pues sí, el pastel que no debe llevar velitas para no chacotear con eso de si son quince o más los años. Que les importa. No sólo no agradecen la invitación sino que tienen que criticar a las personas decentes.
La música por nada del mundo debe suprimirse, no, en una fiesta sería imperdonable; lo de menos es el conjunto porque ahora basta con un sonido: discos variados, ritmos variados, por si a unos les va la música de antes, o las cumbias, el rock o los boleros, el twis y hasta la quebradita. Después de todo mis favoritos son los Buckis, para bailar abrazados, sentir esos brazos alrededor de mi cuerpo, recargada sobre el musculoso pecho de él, estrechados... Y excitarme... Así... Suave con esa música y una que otra copita para jamás olvidar la fecha y además, ¿a quien le va a importar si yo lo pagué todo?
Luz María –Lucha-, con mi cuñado siempre fiel pegado a ella, ya no pueden decirme nada, aunque sea la mayor. Eso sí, la lata de mi madre no me la voy a quitar toda la noche, toda la vida: Ya no tomes... no bailes así... ¿Acaso ya andas borracha? Pues que le importa, ¿cómo hasta ahora dice preocuparse por mí, si se la ha pasado haciéndose la sufrida desde que mi padre se largó con aquella vieja.
Total, la gente ya vino y ya tragó, ya bebieron y bailaron y tarde o temprano habrán de largarse, cuando se apague la luz, cuando termine la música, cuando haya que cerrar el salón y sola quede yo, aquí sentada, borracha, llorando porque aquel infeliz, el único al que me he entregado, se largó con mi mejor amiga.
Y mi padre, desgraciado, también se marchó y yo no pude festejar como lo había soñado, mi fiesta de quince años.

JUAN CARLOS GALVÁN

Juan Carlos Galván Vela. (Pueblo Nuevo, Gto. México 1960) Periodista, Narrador y Poeta, ex docente. Fue Becario de la Universidad Quetzalcoatl en Irapuato durante el periodo 2002-2003. 2do. Lugar del Premio Nacional de Cuento “Francisco J. Mújica” 1988. Obtuvo el Premio al Mérito Periodístico “José Pagés Llergo 1999” por su trayectoria. Reconocido como Periodista del Año 1999 por la misma Universidad Quetzalcoatl.
Cuenta con los poemarios Puerto de Águilas, Horizontes, El Desierto del Mar, y prepara Donde Florece la Soledad; en narrativa tiene la novela Silencio, y dos volúmenes de cuentos: La luna creció en el tecolote e Itinerario de la desolación. Reunió dos libros de motivación personal, cuyo título es Mapa del tesoro que guardé para mis hijos, y una recopilación de textos periodísticos.
Durante veintiún años de periodismo, acumuló igual número de preseas y menciones honoríficas, tanto en lo periodístico como en lo literario.
Hoy en día, sus textos se difunden en portales de España, Perú, Argentina, Estados Unidos, Canadá, Italia, Colombia, Bolivia, Polonia y México. Aparece en el directorio de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES).
Actualmente radica en Irapuato, Gto. México.

2 comentarios:

nat dijo...

Que grata sorpresa profesor, es para mi un gusto poder saludarle y mandarle desde aqui mis mejores deseos.

Natalia Gonzàlez

Juan Pomponio dijo...

Gracias Natalia por visitar la Fragua. Es muy lindo que tengas un grato recuerdo de tu profesor.

Recibe mis saludos

Juan Pomponio