martes, 27 de enero de 2009

POEMA HOMENAJE DE FELICIANO MEJÍA HIDALGO




CANTO A JUANITO POMPONIO A RITMO DE LLANERA Y WAYNO DE NUEVOS TIPOS

¡Carajos míos, no oculten la metralletas,
que llega con nuevos bríos
Juan Pomponio el Nuevo hombre!

Tenía miedo a salir de su pago o su chabola,
se rascaba las pelotas
hasta hacerlas enronchar,
y gritaba desde la pampa argentina
que los concha de sus madres escupían su poema.
Tenía cara de niño,
un sombrero de cuero de vaca gorda,
un poncho de vaqueano viejo,
una sonrisa de perla,
diez metros de cabellera
y una gitana hermosa de ruleros y enrubiada
que la hacía chillar
como gato escaldo
por noches de fría orgía
o los días de calor única.
Lloraba como Adventista esos del Sétimo Día.
Pedía a grito pelado una cerveza helada
y sólo le daban agua
que le enronchaba los huesos
y le herrumbraba el alma.

Ay, Juanito, que pena que tú me dabas
mirándote sin mirar desde la cima del Ande.

Yo consulté con los Diablos,
hablé de ti a los tapires,
le pregunté a los ancianos de Chan-Chán
de rostro arrugado y chancaca:
¿qué hacemos por este humano hermano de San Martín?
Tráigalo pronto al Perú, fue la orden
del Mayor de los Demonios.

¿Y si me lo matan, dije, los soldados
(esas mierdas de estas tierras)
como a golpes lo mataron y a picanas
a mi dulce James Oscco,
mi poeta de Calcauso?, dije y quise retrucar.

Un temblor de tierra agria
grito de nuevo en susurro:
Tráigalo al Perú, a curarlo, pero que pase primero
por la casa del Kirguise Luis Arias Manzo de Chile,
que vaya, de una a Santiago,
a que le carguen de balas las alforjas repujadas.
Que aquí, en las marismas y arenas
y piedras de los milenios del Cusco y de Trujillo
usted será responsable de su vida y de su honra
y de ponerle en las venas 500 cabos de dinamita.

Y así, señores, yo no les miento tantito,
que llegó el Juan Ponponio, el de la mirada añil,
y lo esperé en medio día de las 11 en punto y sol
en una plaza de piedra
donde mataron a un hombre jalado por cuatro bestias
ensilladas y como era ese gigante, demasiado fuerte
y bruno, llamado Túpac Amaru,
lo machetearon con hachas densas y frías traídas desde Toledo.

Yo lo abracé y reí,
y punto.

Traía como cohorte cuatro mujeres muy bellas,
pampeanas y argentianas:
una para frotarle las piernas llenas de pelos,
otra rubia ensortijada, blanca de tez marmoril,
de risa de dulce crótalo
para chuparle el pene,
otra negra de piel de caliente porcelana
y mirada de pantera y andar de dátil
con huellas de lince en medio de las palmeras
mientras cocía los platos que a diario a él servía,
y la cuarta era mujer, si mujer puede decirse, a una belleza de ángel,
de góndola y de faisanes
que le daba su vagina día y noche, noche y día.

Yo le abrí un cuchitril de fina chicha de jora,
y le abrí sin anunciarle 36 botellas de aguardiente y finas
y muy ocultas hiervas,
y me lo puse a gritar sus versos por las calles empedradas
y salones de conventos de micrófonos y cirios
y le obligué a mirar los ojos, de frente a frente, de mis hermanos del hambre,
aquellos hijos del hombre que construyeron las fortalezas de piedra
y que hoy llenos de rotos los ponchos y los espíritus,
reciben como salario
escupitajos del Yanki;
y lo alenté a seguir caminando por Lima de podredumbre
con sus versos convertidos en fría corriente alterna,
y con extrema precaución
lo conduje a los desiertos donde moran nuestros muertos
en una ciudad de barro más gigante que Los Ángeles,
y le hice comer comida ceremonial frente 180 ancianas,
y lo alojé en un cuarto de piedra para él solo
y sus cuatro barraganas
y le hice cantar nuevos versos de sus libros y papeles.

Así fue: los caballos de totora lo miraban,
el sol rojo de Sipán lo miraba,
las prensas de los periódicos lo enfocaban,
y una Anciana Osa, oculta tras sus aretes,
oíale rezar sus versos
sin preguntarle su nombre.

En la Calle de Los Liros, los dos, con una copa de ron
blanco, Juan Pomponio preguntaba
con su dejo argentino:
ey, Feliciano, no veo, dónde están los guerrilleros
y sus maletas del armas,
junto a un vendedor de jugos chaparrito y sudoroso
con su carrito de ruedas y de madera.
Yo me quedaba callado
junto al vendedor de jugos, callado, y casi reía
con la mirada mirando a Juan Pomponio, junto al vendedor de jugos
que es Jefe de la Cuarta Zona de Combate
de la guerrilla peruana.
En tres de sus recitales, oyendo su poesía, hubo como 32
Combatientes silenciosos entre cientos de tertulios,
que Juanito no miraba ni tenía
por qué razón de mirarlos, pero ellos lo miraban
y degustaban sus palabras.

Y lo solté como un Puma para las tierras de Quito,
con sus maletas cargadas
y sus cuatro barraganas.
Quiso que quiso que quiso
que fuera con él a las Tierras de Orinoco:
ey, Feliciano te pago entero todo el pasaje,
ey, Feliciano te presto dos de mis lindas mujeres,
ey, Feliciano te hago que te publiquen tres libros de la ruma que tú tiene
sin publicar y no quieres,
ey, Feliciano, gran puta, no me dejes ya más solo
como una calandria yerta.

Yo le miraba y reía y miraba
su frente y calva incipiente.
Y le puse lentamente en un fino bus de feria
tras palpar el nivel y la color
de su sangre
y la carga de sus venas y el chispear de su aorta.

Tres Cóndores Escarlatas
con ojos de obsidiana
fueron soltados tras él para vigilar sus pasos
y cuidar que no me lo destrozaran
las fieras, como al poeta James Oscco.

Y se fue como se van los machos con pantalones
a fajarse en las llanuras de Bogotá y Medellín,
a comer los higos pasas de Zulia y de Maracaibo,
diciendo a gritos Perú y escribiendo nuevos versos.
Y se perdió por las breñas
de los Guájaros morenos
como andan los lanceros de la Patagonia fucsia.
Y después de haber probado
los labios de 36 otras perversas,
ha regresado a sus pagos, a la Argentina sin nombre.

Lleva una brillante cepillada
de calva que le da un aire de Buda reterosado,
de hooligan desbocado,
de cracker con olor de marihuana,
y un aire de Querubín que snifa la cocaína.

Ah, ese Juanito Pomponio, que lloraba su silencio,
ya no existe.

Ahora es un caballista
de adarga y aguamanil
que no torcerá su brazo
ante el asalto del vil.


©F.M.
De: MARIRÍ (inédito)

4 comentarios:

Casilda vive¡ dijo...

Querido Juan:

La luz que radia tu rostro habla de tu dicha. Las letras de tus amigos de ayer dicen la suya por el reencuentro.

Me encanta saberte y verte feliz...

Un beso y una flor amigo¡

Juan Pomponio dijo...

Gracias Casilda, tú siempre con tus palabras tan bonitas.

Cuando uno ama lo que hace desde su corazón, la dicha comienza a fluir con mayor facilidad.

Gracias a Feliciano por regalarme ese bello poema. No me lo esperaba.


Saludos desde Buenos Aires

Juan Pomponio

Casilda vive¡ dijo...

Es verdad amigo, cuándo se recorre la vida en el amor... el corazón habla, sin mayor esfuerzo. es cómo un círculo de luz... sus palabras traducen cada uno de nuestros pasos y nuestro andar se transforma en palabras, testimonios escritos.

Un beso y una flor para ti y otro tanto para Feliciano...

Saludos, hoy desde San Cristóbal¡


Casilda

Juan Pomponio dijo...

Casilda, me saludas desde mi otro Barrio, San Cristóbal. Allí quedó mi corazón, en el Táchira. Cuanto amor me entregaron todos ustedes. Esos amigos están en mi alma.

Siempre agradecido por tus palabras.

Sigamos caminando desde esa LUZ

Juan POmponio