Hecho inevitable en esta vida, no sabemos hacia dónde vamos. Hay quienes dicen que cuando morimos se acaba todo lo conocido, que no existe nada más allá de este plano real, tangible. Y uno se pregunta ¿esto se puede afirmar con total seguridad? ¿Cómo saben sobre el día después? ¿Acaso hay un tiempo lineal y se cuentan las horas, minutos, segundos?
Cada una de las tantas religiones vocifera SU verdad como propia para dilucidar el TEMOR que nos ocasiona pensar en la muerte. Refieren las Sagradas Escrituras que cuando partimos del barrio nos vamos al cielo -si es que hicimos buenas acciones en la tierra- o nos tocará el infierno si hemos sido “pecadores”. Otros dogmatizan que al morir reencarnamos en una nueva vida, con otro cuerpo, nuevas familias, amigos, profesiones.
Estamos rodeados de invenciones que brotan del pensamiento humano para sostener una creencia y suspirar por algo que sirva de consuelo momentáneo. Y ese MIEDO ancestral es la base de todas nuestras angustias padecidas en vida. La muerte es una fiel compañera que nos sigue a todas partes, rozándonos el hombro con un susurro casi inaudible pero que nos recuerda el inmenso valor de la vida, para que no olvidemos ni por un instante vivirla intensamente. La muerte nos enseña a sentirnos VIVOS.
Podría repetir hasta el cansancio las mismas consignas argumentadas por las múltiples religiones y toda repetición se torna robótica. Una mente carente de plasticidad para poder esclarecer sólo repite lo que otros ya han dicho y transcripto alguna vez como verdadero.
Cuando quiero saber sobre la Verdad no recurro a mi pensamiento, pruebo. Quedándome en silencio comienzo a descartar todo lo archivado en las curvas de mi memoria y me hago la pregunta esencial que el ser humano se viene haciendo a través de los siglos. La respondo desde mi corazón, entonces ahí surge la Verdad. Su morada existe en ese punto clave del hombre. Y si comenzara a hablar y escribir todo lo que he descubierto entre tantos silencios no haría más que incitar a otros para que crean en mí y luego repitan. Nadie tendría que creer en todo lo que uno diga, porque eso que yo he visto no puede ser expresado con palabras; explicar lo que no tiene explicación es un desgaste total de energías. Mucho más querer imponerlo por la fuerza, como han hecho ciertas religiones, matando y quemando a los que pensaban distinto. Cuando alguien cree en otra persona, pierde autenticidad y no tendrá la ocasión de descubrir por sí sólo. La respuesta de la muerte existe en nuestros corazones. Una persona que halla su Verdad deja de tener miedo porque sabe que no pasa nada, todo está situado en el punto y tiempo que tiene que estar. La comprensión de la vida trae aparejada la comprensión de la muerte. Entonces se termina la congoja.
El día que el hombre despierte del sueño colectivo las casas de Dios serán de todos, no habrá diferencia entre una mezquita, un templo budista, una iglesia católica, evangélica o lo que fuere. La sabiduría estará al alcance de todos aquellos que busquen más allá de lo impuesto por centurias de adoctrinamiento mental. La gente será libre. Cada uno será su propia religión, no habrá seguidores, se terminará el poder opresivo, no habrá símbolos religiosos, y los templos serán de NADIE. Mujeres y Hombres podrán acercarse a donde quieran rezar, orar, meditar, entrar en reflexión con el TODO. ¿Acaso será el fin de las disputas, de las guerras sangrientas por querer defender a sus dioses imponiendo la verdad que cada uno dice y cree tener? La verdadera revolución será la de laCONCIENCIA, actuando con SABIDURIA y en estado de profundo AMOR.
© Juan Pomponio
1 comentario:
particularmente no quiero saber cuando me llegará, aunque muchas veces tuve la gran inquietud de saberlo..
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