lunes, 17 de noviembre de 2008

COLECCIÓN DE NARRATIVA PLUMA (JUAN BENAVENTE)



EL NIÑO QUE SE OLVIDÓ DE JUGAR

Con tanta ilusión, Pedrito viajó para conocer a su primito.

- ¡Jugaremos bastante! ¡Ya verán! – Dijo a sus padres con excelso entusiasmo. Ellos habían decidido llevarlo a la capital con la idea de hacerlo sociable porque sólo con los animalitos de la hacienda se crió.

Al llegar a la capital, su asombro fue extremo, sus ojitos se redondearon de admiración al ver los edificios, la cantidad incontenible de personas y carros jamás soñados por él.
Ya en la casa del familiar, compartían alegremente el acontecimiento, ocasionado por la grata e inesperada visita.
El saludo entre ellos fue muy efusivo. Las lágrimas conjugaron el abrazo comparado sólo con una melodía sideral. Tal como acordaron, Pedrito se quedaría para pasar sus vacaciones. La niña de los ojos de Pedrito, jugueteaba al compás de una dulce y parsimoniosa danza. Abruptamente interrumpió:

- ¡Luchito!

Al no encontrar eco a su llamado, con mayor fuerza gritó.

- ¡Primo!

Los ojos adultos apuntaron simultáneamente a la delicada figura del infante.

- Está en su cuarto… - Su padre señaló la puerta, cerca del baño. Corrió multiplicando sus pasos contra el tiempo y la distancia. Lo hizo tan veloz que al final estrelló su cuerpecito contra la puerta. Inmediatamente, inerme tomó su lugar esperando que saliera por el ruido producido; sin embargo al ver la carencia de asomo creyó por un instante la ausencia de Luchito. Miró al lugar donde estaba su padre y sus tíos, invadidos en la amenidad de su propia conversación ya sentados en los sillones de la sala. Levantó la mano, tocó la puerta y nada. Manipuló el mango de la chapa e ingresó. Vio a Luchito y le causó una inmensa alegría porque seguro ya jugaría, cantaría, bailaría, saltaría y todo con él.

-¡Luchito!

Lánguidamente Luchito, lo miró y haciéndole señas le indicó sentarse y guardar silencio.
Mirándolo con extrañeza obedeció y ubicó la mirada ante el aparato del que tanto escuchó hablar; pero que extrañamente no le llamó la atención desde un primer momento a pesar de la novedad porque pensaba que lo primero era lo primero: ¡jugar! De inmediato sus ojos se maravillaron y sintió ser capturado con mucha facilidad, inmóvil y con el ligero movimiento de sus ojos negros para arriba, abajo, al costado de ambos lados aplomó su concentración para entender las imágenes, cuyos violentos movimientos apretujados se permitían a cada instante por segundo.

Una, dos, tres… horas, la función continuó. Sintió en sus manos algo ligeramente caliente, al bajar con rapidez la mirada encontró el plato de comida, consumió poco a poco sin saborear y sin terminar lo dejó en el piso al lado del cojín donde encontrábase postrado con el fin de seguir con sumo interés la secuencia del quinto programa con su respectiva tanda de comerciales que le imponía la adquisición de diversos productos para vivir feliz. Ropa fina, juguete sofisticado, gaseosa, cerveza, whisky, cigarro, artefacto, auto, chalet, lotería, etc. En un marco de voluptuosas damas que invitaban así para ser considerada una persona “decente”.

El último programa les dio las buenas noches, el aparato dejó de funcionar y recién se saludaron, intentaron conversar algo más, pero el sueño los venció y se fueron casi a rastras a sus respectivas camas. Pedrito ni se había percatado del momento cuando le prepararon la cama.

Retornando un poco a la idea original, antes de un alegre bullicio, era más el diálogo y situaciones particulares de los mayores. Al poco rato, Pedrito se dio cuenta que no regresaba Luchito, se levantó sin terminar el desayuno. “No puede ser que se haya ido a jugar sin mí” -. Pensó y saltó del banco para ir al patio y no estaba, fue a la sala y no estaba, salió a la calle, tampoco y murmuró:

- Qué raro. ¿Adónde se habrá metido?

Se sentía apenado porque no le dijo, dónde jugarían ese día.

Retornó a su cuarto para sacar su quena y ponerse a tocar como hacía en la hacienda, cuando deleitaba a los animalitos con sus dulces melodías.

Cuando empujó la puerta, quedose paralizado al ver que en la misma forma de ayer encontró a Luis frente al aparato, intentó decirle algo; pero al dejar que su mirada fuera en dirección de la pantalla, sintió su cuerpo, abandonarse sobre el mismo cojín. Pasaron las horas, ni cuenta se dio el haber almorzado y cenado. Otra vez ya encontrábase camino a la cama.

Igual que ayer, murmuró –cuándo jugaré… - un hilillo de lágrima resbaló por su mejilla al mismo tiempo que fruncía la mirada al televisor.

Esa noche soñó Pedrito que junto a Luchito se encontraban en al barriga del televisor. Este aparato había cobrado vida, saltaba alegre y gritaba a viva voz:

- ¡Vencí! ¡Viva! ¡Me los comí! ¡No podrán conmigo! ¡¡Hurra!!


Juan Benavente / Lima, 1992
viernesliterarios@hotmail.com

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