viernes, 16 de mayo de 2008

VIVIENDO EN EL COBRE

Hace una semana que me encuentro en las montañas de Venezuela, precisamente en un pueblo llamado El Cobre, ubicado en la bella tierra tachirense a 2.200 metros de altura. Un lugar de ensueño rodeado de huertas cultivadas por campesinos nobles. En el aire se huele el aroma de las cebollinas, se ven los frutos del trabajo: bellos coliflores, brócolis bien verdes, papas, ajo porro, apio y es abundante la fragancia del cilantro fresco. Sobre las laderas montañosas se aprecian las pequeñas figuras trabajando fatigosamente la tierra. En las calles de la aldea de humus, se siente la cordialidad de sus habitantes que tienen la simpleza de lo bello. Los niños sonríen cubiertos de pureza y aún se mantiene lo natural de una vida apartada de la locura en las ciudades.
Caminar entre las nubes, contemplar las casitas que se ven arriba de los cerros me transporta a un lugar de ensueño, las flores silvestres, las rosas rojas cultivadas por manos laboriosas. Charlar con una anciana campesina es de una belleza indescriptible. Oír su relato de cuando preparaban los faroles artesanales elaborados con el aceite de tártago cultivado por ellos mismos o del duro trabajo de sembrar y cosechar el trigo en esas laderas empinadas; todo eso me muestra un mundo fantástico. Imagino la fuerza de aquellos seres humanos en una vida aislada y de enorme sacrificio, donde no había luz eléctrica ni agua potable de red, mucho menos centros de asistencia médica.
Transitar esta tierra me entrega una experiencia de vida maravillosa, el contacto íntimo con sus pobladores, charlar de sus costumbres, saborear la cultura de un pueblo, observar su forma de hablar, los modismos, oír su música, beber sus licores artesanales, sentir la caricia de una dulce andina, es una realidad que llena mi corazón de temblores suaves de paz.

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