Un autor que no engaña o no “humilla” a la literatura -dejándola indigna y, por su parte, sin respeto- es aquél que le importa la literatura y, porque le importa, le deja en su vida el lugar en valoración y en juego limpio que le corresponde.
Un autor, por tanto, que -de verdad- lo es en su dignificar la literatura es ése que lo que más cuida y lo que más defiende es su obra y, porque es así, la hace parte de su vida -viviéndola-, la hace oficio o vocación, pero siempre la da como sentimiento desprendido directamente de él por la consecución -hacia lo que muestra un interés- de hacerlo bello, armónico o lo más comunicatico en su posible claridad porque sea comunicativo de eso (pues, no hay que olvidar que la literatura es un arte y, como arte, tiene obligatoriamente que permitir una virtuosidad lejana de lo mediocre y de lo deshumanizado, o sea, una belleza, una belleza... lo más comunicable, no demasiado "secretista" o abstrusa).
Entonces, si lo que más le importa a un autor es su obra, eso respeta, buscando ante todo o más que nada el publicarla -si es para darla a conocer-, y lo más unificada o lo más representativa o lo más completa, por la vía que pueda difundirse más.
Eso significa, claro, que el autor, en el beneficio de su obra, lo que quiere es publicarla así y se presenta -si ya ha andado "cierto camino literario"-, sin una segunda intención o truculencia, a un concurso para que le publiquen su libro o su antología por perseguir un prestigio o una valoración... a su obra.
¡Ah!, pero si, en cambio, ése va arrasando todos los pequeños concursos de pueblo -destinados, éticamente, a un ofrecimiento de recursos a los que no terminan de abrirse camino en “el mundo literario”-, ya es evidente que no le interesa sólo su obra, sino ganar y ganar muchas menudencias de concursos para ganar -negociantemente- mucho dinero – lo que corrompe su misma integridad por medio de la avaricia-.
Un autor, si ama la literatura, concibiéndola como un ámbito -el suyo- o “una casa digna en la cual vive”, en consecuencia o en coherencia, la cuida y la atiende con unos valores o criterios lo más honestos o lo más justos; así que él valora, como primero, el merecimiento de aquél otro que por ella se esfuerza. Es decir, valora el esfuerzo.
Pero, ¿qué es el esfuerzo?, eso que todo el mundo -en su conveniencia- "se apunta".
Pues algo apartado... de lo cómodo, del consentimiento y del seguidismo.
Sí, siempre el esfuerzo significa o conlleva el pretender conseguir las cosas de la manera más escrupulosa -en aplicar tanto sensibilidad como valores- y más difícil; estando esto sólo cuando se parte desde una falta de recursos -cuando se encuentra el autor en una falta de recursos- y, también, cuando se parte ya desde muchas desprotecciones en pro o por mor de una autenticidad o de una originalidad (esto se conoce como afrontar las presiones de las corrientes imperantes, o determinar una contracorriente, o alguna “ruptura” que siempre es necesaria para que el arte no sea copiada tradición o influencia, ni automatismo de estéticas o de grupos que dejan a un lado al sentimiento, a lo auténtico o a lo creativamente propio -en originalidad-).
Esto último es muy importante, porque salvaguarda la “libertad de creación” -lo más esencial en el arte- por medio de la autenticidad personal en la que, por muchos desgastes al no estar abrigada por grupos que se han apropiado de todos los recursos públicos con unos criterios imperantes -ya influyentes en editoriales y en concursos para dar prestigio o camino fácil sólo a ellos-, se concentra lo que es el mayor esfuerzo. Así es.
La originalidad, no más, conducida a través de la sensibilidad -una, coherente también en valores y en lo que implica de embellecer la expresión- es la calidad; lo que la crítica dominante, sujeta a las "poéticas" ya demasiado recurridas, retomadas o manidas, ignoran.
La calidad, a veces, está, pues, “en lo que no gusta” -en el vencimiento de una arbitrariedad u obsesiva o inconsciente influencia-; en cuanto que supone un esfuerzo en comprender el esfuerzo antedicho, de ese autor más coherente (cuando yo -esto se puede trasladar a todos-, por ejemplo, empezaba mis lecturas, consideraba a la poesía de José Gorostiza como ajena a la calidad con respecto a la que ya tanto se “pegaba”, a lo fácil, como la de José Martí o de Manuel Machado; y eso no es más que un contagio, debido a lo que más influye mediáticamente).
No obstante, la calidad no puede, no, pasar por lo que contraviene a la autenticidad: los tópicos sobrevalorados, lo prosaico que se deshace de lo rítmico -imprescindible en lo poético-, el uso de un léxico muy rebuscado -forzado- por parecer algo culto -siendo sólo pura elaboración de gabinete o de despacho: artificio-, una obsesión o sobrecarga de “imágenes” o de metáforas que dejan al margen a lo espontáneo en su sencillez emocional, etc.
En fin, he leído en poetas “ganapremios” todos esos trucos -y recompensados, mimados hasta la saciedad- que, por “bonitez” de sus poemas, sólo resultan repetición -poemas iguales en su logotipo, en los cuales sólo les cambian las palabras o las contagiadas “imágenes”-; o que, por condescendencia a “poéticas” grupales -en gran sobreprotección y... facilismo-, repiten los mismos argumentos de anti-autencidad, en una cínica robotización "de lo que más se lleva" ("de lo que sé que me van a premiar porque lo he hecho acomodado a ellos") o, desde luego, más abrigo posee en editoriales.
En España, por ejemplo, en todos los jurados de los concursos más relevantes, siempre está uno u otro adicto a la llamada “poesía de la experiencia” -del “desparpajo” dicen, ¿qué leches es eso?, pues el sentimiento no puede imponerse a desparpajos ni a... otra posición recurrente-, uno u otro de la “revolución del lenguaje”, etc.
Y algunos siempre -siempre a tiro fijo- están..., abarcando sólo para ellos los recursos de miles.
José Repiso
http://delsentidocritico.blogspot.com/2008/12/un-tema-de-literatura-un-autor-que-no.html
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